Volvía
Julián preocupado a la casa solariega, acusándose
de excesiva simplicidad, [...] Él era sencillo como la paloma;
sólo que en este pícaro mundo también se necesita ser cauto
como la serpiente... Ya no podía continuar en los
Pazos... ¿Cómo volvía a vivir a cuestas de su madre, sin más emolumentos
que la misa? ¿Y cómo dejaba así de golpe al señorito don Pedro, que
le trataba tan llanamente? ¿Y la casa de Ulloa, que necesitaba un
restaurador celoso y adicto? Todo era verdad: pero, ¿y su deber de
sacerdote católico?
Le acongojaban estos pensamientos al cruzar un maizal, en cuyo lindero manzanilla y cabrifollos despedían grato aroma. Era la noche templada y benigna, y Julián apreciaba por primera vez la dulce paz del campo, aquel sosiego que derrama en nuestro combatido espíritu la madre naturaleza. [...]
Siguió andando, guiado por el ladrido lejano de los perros. Ya divisaba próxima la vasta mole de los Pazos. El postigo debía estar abierto. Julián distaba de él unos cuantos pasos no más, cuando oyó dos o tres gritos que le helaron la sangre: clamores inarticulados como de alimaña herida, a los cuales se unía el desconsolado llanto de un niño.
Engólfese el capellán en las tenebrosas profundidades de corredor y bodega, y llegó velozmente a la cocina. En el umbral se quedó paralizado de asombro ante lo que iluminaba la luz fuliginosa del candilón. Sabel, tendida en el suelo, aullaba desesperadamente; don Pedro, loco de furor, la abrumaba a culatazos; en una esquina, Perucho, con los puños metidos en los ojos, sollozaba.
Le acongojaban estos pensamientos al cruzar un maizal, en cuyo lindero manzanilla y cabrifollos despedían grato aroma. Era la noche templada y benigna, y Julián apreciaba por primera vez la dulce paz del campo, aquel sosiego que derrama en nuestro combatido espíritu la madre naturaleza. [...]
Siguió andando, guiado por el ladrido lejano de los perros. Ya divisaba próxima la vasta mole de los Pazos. El postigo debía estar abierto. Julián distaba de él unos cuantos pasos no más, cuando oyó dos o tres gritos que le helaron la sangre: clamores inarticulados como de alimaña herida, a los cuales se unía el desconsolado llanto de un niño.
Engólfese el capellán en las tenebrosas profundidades de corredor y bodega, y llegó velozmente a la cocina. En el umbral se quedó paralizado de asombro ante lo que iluminaba la luz fuliginosa del candilón. Sabel, tendida en el suelo, aullaba desesperadamente; don Pedro, loco de furor, la abrumaba a culatazos; en una esquina, Perucho, con los puños metidos en los ojos, sollozaba.
Emilia
Pardo Bazán, Los pazos de Ulloa.
Emolumentos:
remuneración
adicional que corresponde a un cargo o empleo.
Candilón:
lamparilla manual de aceite.